Biografía

Sobre mi vida

Me llamo Jaume Mestres Estartús, y nací traumáticamente por cesárea el 15 de Febrero de 1949 en la clínica Ntra Sra del Pilar de Barcelona, con la mala fortuna de que el ginecólogo al abrir el útero me produjo una incisión de 7 cm en mi calota cefálica.

Mi padre Jaime, comerciante y catalán, tuvo poca influencia sobre mi vida; mi madre, Mª Luisa, alemana natural de Hamburgo, persona muy culta y sensible a toda manifestación artística por lo que me han contado, me dejó huérfano a los 3 años de edad al fallecer del parto con fórceps de mi hermana Mª Luisa, la cual pudo sobrevivir al desastre. Suerte tuvimos de nuestras abuelas paterna( Teresa Claret Sra de Mestres) y materna( Käte Cördes- Bockellman, Sra de Estartús) que se hicieron cargo de nosotros.

Después varias épocas de internados fueron conformando nuestra niñez. Tras nueve años, nuestro padre nos obsequió con una madrastra depredadora como la de la mayoría de cuentos infantiles; quizás su escaso interés por nosotros actuó de mecanismo de resorte para que nos pusiéramos las pilas. Estudié la primaria en las Teresianas y el bachillerato y Pre Universitario en los Hermanos del Sagrado Corazón. Estudié Bellas Artes, Arquitectura y Medicina , licenciándome en 1974 y doctorándome en 1977.

Me casé a los 26 años y soy padre de una hija y dos hijos.

Marcado quizá por los antecedentes maternos me especialicé en Ginecología, profesión que me permitió el vivir para pintar y no el pintar para vivir.

Creo que soy vital y perfeccionista. Me interesa el psicoanálisis, la filosofía y la introspección.

Disfruto de la soledad, la meditación y la lectura de todo lo que tenga que ver con la Historia del Arte.

Me interesa el ser humano pero a nivel individual, huyo de las colectividades. Es probable que sea poco sociable, la verdad es que solo me entrego a la poquísima gente que verdaderamente aprecio.

Quizás sea algo introvertido y melancólico pero llevo bien lo de equilibrar mis estados eufóricos con los de depresión relativa.

Me siento ciudadano del mundo, Europeo, Español, Catalán y Barcelonés por este orden. Políticamente no encajé demasiado en una familia muy del Régimen. Durante las carreras que cursé viví de forma intensa todas las movilizaciones Universitarias de los años setenta; me considero socialdemócrata y liberal. No creo en las restricciones territoriales bajo ningún pretexto; pienso que los nacionalismos excluyentes son un peligroso “sin-sentido”.

Detesto la mediocridad, la pereza y la envidia y sobre todo la mentira y la ingratitud.

Soy creyente y ”católico-desengañado”. Me duele que por discursos decimonónicos y por la vigencia de postulados impropios del siglo XXI las generaciones jóvenes se distancien cada día más de la Iglesia.

Soy incapaz de discriminar a nadie en función de su raza o religión y mucho menos en función de su opción sexual, me parece tragi-cómico que aún haya alguien capaz de hacerlo. A los que sí marginaría en un gueto es a los vagos, maleantes y desagradecidos.

Es probable que lo más característico de mi personalidad sea el sentirme de forma permanente insatisfecho y cuando referencio mi insatisfacción personal en mi obra, el grado de amargura se sobredimensiona teniendo además la característica de permanente. A menudo no firmaría las obras ejecutadas en los años anteriores.

Por último quisiera hacer constar mi más constante desazón:

La velocidad con que se acaba nuestro existir.

Sobre mi obra

La vida de un hombre y la acción de pintar están indisolublemente unidas. La filosofía de la vida y la concepción pictórica se utilizan como un medio para expresar libremente las ideas, metas y problemas. Para mí, empezar cada trabajo es sumergirme en una aventura hacia lo desconocido, pues lo primordial es el propio proceso creativo. A lo largo de este proceso surgen recuerdos, ideas o sentimientos, determinantes en el resultado final.

La muerte temprana de mi madre ha estado siempre presente en mi vida y en mi obra a través de una constante obsesión por la muerte, por lo desconocido, por el misterio y por el alma. Lo que he ido comprendiendo con el tiempo, es la enorme influencia que este hecho tuvo en la formación de mi sensibilidad. El hecho de perder a mi madre también supuso la pérdida de la persona que podría haber ejercido como intermediaria con mi padre, pues este desconfiaba de la posibilidad de hacer de la pintura un medio de vida, por lo que nunca tuve su apoyo.

La filosofía del existencialismo, centrada en el absurdo existencial y en la búsqueda de la libertad personal más allá de toda cultura adquirida y de todo prejuicio, esté detrás de mi obra. Para mí, es un medio de liberar mi inconsciente y desasosiego interior a través de un gesto automático a veces violento que se proyecta sobre la obra. Ahí radica la base del acto creativo, entendido como una proyección psíquica del artista sobre el soporte material de la obra, relegando a un segundo plano el resultado formal de la obra terminada.

El credo es la capacidad que tiene el soporte y la materia pictórica de contener y transmitir emoción, además de construir la forma. Son cuadros dirigidos a nuestro cuerpo, a nosotros como materia espiritual. También están dirigidos a nuestro ojo, por supuesto, pero desaparece la figura de la pintura como intermediaria con otros mundos, y la figura de la pintura como lugar de la belleza. Siguen existiendo cuando se apaga la luz. Están ahí, respiran, pesan, crecen, actúan.

He intentado sentir físicamente la materia, en un austero y sobrio dramatismo, ajeno a cualquier efectismo retórico. Un mínimo detalle puede cobrar una importancia enorme, puede decidir el sentido de un cuadro que está lleno de recovecos. Pintar para mí es una manera de acercarme a la trascendencia. Un hombre inteligente, capaz de extremar el rigor frío del análisis racional, encuentra en la pintura una manera de decir, de decirse a sí mismo e ilusionarse con ello, que el hombre esté sostenido por un espíritu.

El 20 de Mayo del 2008, con motivo de mi última exposición en Barcelona, en su columna de crítica de Arte, D. Josep Mª Cadena, publicaba en el Periódico bajo el título de “ESTARTÚS Y LA BUSQUEDA DEL SER”: “Su campo es el del informalismo abstracto, con clara raiz catalana y dicción propia. Busca las esencias del ser y expresa la diversidad de situaciones por las que pasa el ánimo de las personas”.

Del realismo inicial pasé a mediados de los setenta a realizar abstracciones, si bien con un punto de realismo aunque sin referencias concretas, basando el trabajo en el tratamiento de los materiales investigando texturas, colores y formas.

Tuve empeño en alcanzar la naturalidad y la sinceridad en el cuadro, sin aferrarme a ningún acierto parcial, no arropar ni adornar los aciertos, porque esta actitud suele ser fatal, ya que se estará confundiendo creatividad con buen hacer, y el acierto superficialmente grato con el arte.

En aquellos cuadros que sólo tienen buen gusto es precisamente el buen gusto- el gusto de una época, los cánones de la sensibilidad imperante- quien pinta ese cuadro. Ése es un peligro que siempre hay que mantener a raya. El pintor de genio, el artista con personalidad, es capaz de sobreponerse a ese gusto y crear su propio lenguaje, en un proceso que puede ser complicado o menos, más intuitivo o menos, más consciente del contexto en el que se ubica su obra o menos, pero en definitiva siempre libre.

El desarrollo de mi pintura habría llegado a un punto en el que demandaba el paso desde la representación convencional a la de una íntima percepción de la realidad.

El secreto está en que es imposible contemplar objetivamente un objeto, ya que siempre hay una reacción personal y esta reacción, la mayoría de las veces, no tiene nada que ver con el objeto en sí. El abandono de la figuración fue el resultado lógico de un proceso gradual.

Las obras son realidades en sí mismas, no por lo que representan y , como objetos reales, provocan una reacción que nos invita a entrar en el mundo personal e íntimo del autor, abriéndonos la puerta a su imaginación, sus pensamientos y problemas, en definitiva, a su realidad más interna.

El proceso de creación no es sino el proceso vital, un cuadro es un fragmento de recorrido, un pequeño resumen de la experiencia vivida.

He ido depurando mi personal mirada sobre la abstracción contemporánea. La exploración de las posibilidades expresivas de los elementos geométricos, así como de los diversos terrenos del informalismo. Ello dio paso a partir del 2000 al tratamiento recurrente del hierro como soporte ideal para plasmar la sensibilidad condicionada por múltiples inquietudes intelectuales.

El despojamiento consiguiente de toda referencia extraña a la materia pictórica misma fue labrando una producción cada vez más exigente, presidida por el afán de alejamiento respecto a los conceptos tradicionales de representación que habían determinado el curso de mi pintura.

Esta estética despojada de convenciones, incluida la de la aspiración a cualquier ideal de belleza, se refleja en cada una de las piezas que arrancadas de la realidad cobran forma y sentido en la profusión de pigmentos y oxidaciones hasta exigir a éstos y al propio soporte férrico en los elementos esenciales de un lenguaje capaz de intentar transmitir la seducción espiritual.

Supongo que para cualquier artista lograr que el espectador se interese por su obra, pierda su tiempo en analizarla, trate de comprenderla, sintonice con la misma y termine por emitir un juicio de valor en función de lo que esta le comunique, es la culminación de su realización como pintor. Para mí, sin embargo, solo el hecho de que el espectador se para ante mi obra, aunque ésta le incomode, le disguste o llegue a darle arcadas me gratifica mucho más que el que pase por delante de ella sin pararse o le deje indiferente.

He pintado a lo largo de 40 años unas 700 obras sobre papel y cartón y más de 600 sobre tela, madera y planchas metálicas. A pesar de lo que dijo Picasso: “el verdadero arte no es pintar un cuadro, sino venderlo porque se necesita mucho arte para vender una obra”, tengo que decir que personalmente no me ha interesado demasiado entrar en el circuito la distribución comercial de mis obras.

He llegado a tener aparcadas más de 200 en mi taller varias veces a lo largo de mi vida sin “salir al mercado” a pesar de la insistencia de varios Galeristas interesados en ello. Para mi, una obra que se vende es como un hijo que se va y no volveré a disfrutar. Supongo que en mi caso el hecho carece de valor ya que me considero un privilegiado que no ha tenido que vivir de su pintura. Me disgusta el que se pueda terminar comprando con dinero un trozo de mis vivencias, de mis sentimientos , de mis frustraciones, de mi cerebro, de mi alma, de mi ser en definitiva.

Estoy convencido que lo expuesto es puro egoismo. A quien Dios le ha dado la posibilidad de poder ofrecer a sus semejantes una realización artística, adquiere el compromiso y la obligación de mostrarla para su aprobación o su rechazo. Resulta evidente que más tarde o más temprano todo artista sucumbe a éste reto y capitula. También es verdad que en nuestro íntimo ego el que alguien termine hipotecando algún metro cuadrado de su habitat con una de sus obras resulta gratificante. ¡Ojalá sea así!